Ayer y hoy, de Hercilia Fernández



Como el tranquilo sueño de la infancia,
como la vibración de una armonía,
como una aurora fúlgida y risueña,
ayer pasaba para mí la vida.
Como la tempestad que se desata
sobre profundo abismo de los mares;
como huracán que sopla fragoroso,
y en pos desolación y muerte trae;
así pasan las horas de mi vida
llenas de sombra. Si antes, tan serenas,
traían a mi mente sólo ensueños,
en mi alma hoy dejan dolorosas huellas.


Fuente: Bolivianas ilustres (1918).
** La edición es mía.


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El arte, de Delmira Agustini



Rara simiente de color de fuego
germinó en una hora bendecida
a la sombra del Árbol de la Vida…
Nació trémulo y triste como un ruego.

Como oriflama victorioso luego
yergue triunfal la pompa florecida.
Y se puebla de alondras. Un día anida
entre sus frondas, misterioso y ciego.

*

Un pájaro canta como un dios
y arrastra la miseria en su plumaje.
Con las alondras viene a su follaje
de alimañas sin fin la acometida,
y él vence y sigue de la Estrella en pos…
¡Hoy es sombra del Árbol de la Vida!


Fuente: El libro blanco (1907).
** La edición es mía.


El sol, de Adelina Mariño



Del sol bendigo el luminoso rayo,
que quizá va marcando mi destino…
Luz divina que das al peregrino
pomas rosadas en el fértil mayo.
Quiero tu luz para alumbrar mi senda
cegada por el oro de tu gloria…
De tu gloria sin par, que abrió en la Historia
mundo generoso de leyenda.
Quiero envolverme en tu dorado manto,
ofrendarte el lirismo de mi canto,
y en el claro alborear de una mañana,
si audaz te acercas a mi tibio nido,
sentir que tu caricia me ha dormido,
al penetrar sutil por mi ventana.

Fuente: Poetas jóvenes cubanos.
** La edición es mía.

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Las flores, de Rosa Guerra




Las flores son mis amores.
Sin ellas es mi existencia
una continua dolencia;
con ellas mi corazón
adormece su aflicción,
y si algún pesar le queda
torna a coger otras nuevas.
Su fragancia, su frescor,
calma un tanto el dolor;
mis angustias se mitigan;
cicatrizan mis heridas,
y embargadas mis potencias
se aletarga mi existencia;
caigo en un largo sopor:
ni sombra ya de amargor;
mis ensueños son delicias;
blando céfiro acaricia
mi fresca adormilada sien.
No es ilusión: a un edén
dulcemente transportada
mi alma tierna está extasiada
y embriagada de placer.


Fuente: Desahogos del corazón.
** La edición es mía.

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A la señorita Victoria, de Carmen Potts



(7 de octubre)


Dos víboras inmensas, custodiando
de tu beldad la gracia seductora,
parécenme tus trenzas, en cada hora,
que su hermosura sigo contemplando.
No es más suave y sutil el viento blando,
ni es más brillante el rayo de la aurora;
no necesitas más, si no te adora,
para rendir al ser que estás amando.
Mas, como tienes cualidades tantas;
como eres de virtud rico modelo;
como fascinas cuando alegre cantas
con esa dulce voz que sube al Cielo;
y como son tan lindos tus cabellos,
de tu ventura veo los destellos.


Fuente: El Perú Ilustrado.
** La edición es mía.

A una estrella, de Dolores Guerrero



No sé qué encanto misterioso y bello
tiene tu luz, estrella diamantina,
que al contemplar su vivido destello,
el fuego del amor en mí germina.
Tus dulces melancólicos reflejos
me recuerdan la luz de una mirada,
que brilla ahora de mi lado lejos
y está en mi mente sin cesar grabada.
Mil veces en el agua de la fuente
retratada miré tu faz divina;
brillabas más hermosa, más luciente,
resbalando en la tela cristalina.
De la selva también en la espesura
he admirado tus vivos resplandores;
allí me pareciste blanca y pura
cual primera ilusión de los amores.
En las horas de triste desaliento,
en que el alma abatida sufre y llora,
cuando la vida es hórrido tormento
que oprime el corazón y lo devora,
fijo mis ojos en el ancho cielo
salpicado de bellos luminares,
y en tu vivo fulgor hallo el consuelo
que mitiga mis íntimos pesares.
Porque tu luz, estrella peregrina,
no sé qué hechizo encierra misterioso,
que adormece la mente y la fascina
cual dulce ensueño de un amor dichoso.
Nunca me robes tu fulgor divino;
sé de mi vida luminosa guía,
y ya que es triste mi fatal destino,
sé tú un consuelo para el alma mía.


Fuente: Poetisas americanas.
** La edición es mía.

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¡Claveles nuevos!, de Lucila Monroy



A mi querida amiga Lucrecia Borgoñó


¿Quién compra?
Yo vendo
claveles nuevos de Pascua,
que me han llegado del cielo.
¡Claveles!
¡Muchachas, claveles nuevos!

Yo soy una jardinera
que sólo trece años cuento,
y… ya los mozos me han dicho
que tengo los ojos negros.
Dicen que soy muy garbosa;
que tengo mucho salero
y que estoy para comerme…
¡Vamos, eso no les creo!
¡Claveles!
¡Muchachas, claveles nuevos!

Dice el cura de mi aldea
que a la Virgen me parezco,
y que él me diera un manojo
de claveles por un beso,
para que yo se los lleve
a la Reina de los Cielos;
pero… son trampas del cura.
¿Y yo que se las entiendo?
¡Claveles!
¡Muchachas, claveles nuevos!

Del barrio de las palmeras
el alcalde, que es un viejo,
quiere comprarme claveles,
pagándolos a buen precio;
mas, yo he jurado a su casa
no volver desde que el perro
del alcalde, si no grito,
me manda, ayer, al Infierno…
¡Claveles!
¡Muchachas, claveles nuevos!

Aquí está la misma pobre
huerfanilla de ojos negros
que trajo, el año pasado,
claveles por este tiempo.
¡Ya se va la jardinera
que vende a cinco por medio;
venid, venid a comprarlos,
que son claveles del cielo!
¡Claveles!
¡Muchachas, claveles nuevos!

Lima, mayo de 1887


Fuente: El Perú Ilustrado.
** La edición es mía.

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El ave y el nido, de Salomé Ureña



¿Por qué te asustas, ave sencilla?
¿Por qué tus ojos fijas en mí?
Yo no pretendo, pobre avecilla,
llevar tu nido lejos de aquí.

Aquí, en el hueco de piedra dura,
tranquila y sola te vi al pasar,
y traigo flores de la llanura
para que adornes tu libre hogar.

Pero me miras y te estremeces,
y el ala bates con inquietud,
y te adelantas, resuelta, a veces,
con amorosa solicitud.

Porque no sabes hasta qué grado
yo la inocencia sé respetar,
que es, para el alma tierna, sagrado
de tus amores el libre hogar.

¡Pobre avecilla!  Vuelve a tu nido
mientras del prado me alejo yo;
en él mi mano lecho mullido
de hojas y flores te preparó.

Mas si tu tierna prole futura
en duro lecho miro al pasar,
con flores y hojas de la llanura
deja que adorne tu libre hogar.


Fuente: Poesías de Salomé Ureña de Henríquez.
** La edición es mía.

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A Edison, de Severa Aróstegui




Cual flamígera espada que maneja
una mano invisible y poderosa,
cortó la nube blanca y vaporosa
su rápido zigzag al describir.
De impotencia y dolor rugió la nube,
como pantera por el dorso herida,
y el relámpago cruel y nubecida
su marcha errante pretendió seguir.

¡Lo viste, Majestad! Y de tu genio
al poder soberano y atrayente,
se quedó suspendida de tu frente
y en diadema de luz se convirtió.
Por derecho de ciencia le arrancaste
su veloz y fosfórico secreto,
y el mensajero de los polos quieto
y humillado a tu numen se rindió.

Encendiste tu luz incandescente
en su llama fugaz de brillo hermoso,
y derramaste llanto luminoso
ese nuevo “Fiat lux” al pronunciar.
¡Has llenado de lágrimas el mundo!
¡Los hombres de tu talla, cuando lloran.
ni sus lágrimas caen ni se evaporan,
y alumbran las tinieblas al brotar!

¡Brujo de Menlo Park! Tú que obstinado
en el antro de luz donde resides,
a tu numen eléctrico le pides
sin cesar un milagro, por favor.
Qué, ¿no te basta con haber construido
la poliglota caja donde encierras
la humana voz y hasta lejanas tierras
empacada la exportas por mayor?

¡Oh! Tú hablarás a las futuras gentes
cuando no exista de tu ser ni aroma,
en el variado universal idioma
en que habla la locuaz humanidad.
Les llevarás las notas de Adelina,
de Castelar el poderoso acento.
El bélico rumor, el del contento,
y el grito de la ronca tempestad.

¿No te basta con esto todavía?
¡No! La neurosis del saber padeces
y toma en ti sus alarmantes creces
la persistencia de tan bello mal.
Si a la mitad del siglo que se acerca,
el Cielo prolongara tu existencia,
agotarías las fuentes de la ciencia.
bebiendo siempre y con tu sed igual.

Fortalecido con tan rico néctar,
acaso, acaso tu cerebro fuera
el apoyo que Arquímedes pidiera
y llegaras el globo a nivelar.
Yo no sé qué problemas resolvieras
de los que virgen se halla todavía
el pensamiento, y a la luz del día
audaz te propusieras demostrar.

Pero todo sus límites contiene.
Has hecho por el mundo lo bastante
para que un monumento te levante
en prueba de respeto y gratitud.
Yo lo erigí en mi ardiente fantasía.
donde estás soberano e imponente,
suspendido el relámpago en tu frente
y a tus pies, como esclavo, mi laúd.


Fuente. La lira poblana.
** La edición es mía.

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Lidia, de María Sabbia



Envuelta en níveo y vaporoso manto,
plácidamente en languidez sumida,
Lidia reposa, de mortal congoja
libre su pecho.

¿Duerme? Su aliento acompasado mueve
el casto seno, y se comprende al verla
que por el aire, suavemente, pase
            tierno suspiro.

¿Sueña? Su boca al entreabrir parece
que besa y ríe a su invisible dueño;
o acaso… ¿acaso a misteriosa y dulce
            voz no responde?

¿Qué ojos amantes de mirar sereno
verá en los suyos reflejar dichosos?
¿Con qué ternura le dirá sus ansias
            tímidamente?

Tú que la miras, venturoso amigo,
si con amor alguna vez en sueños
viste pasar una visión querida,
            no la despiertes.

No la despiertes y a los cielos pide
que a ella propicios y benignos sean;
pide que viva complacida siempre,
            siempre soñando.


Fuente: El parnaso oriental.
** La edición es mía.